“Hamburgo es una ciudad donde yo ya no me siento a gusto”, me confesó hace pocos días con tristeza un amigo alemán que había huido junto con sus padres de la antigua República Democrática Alemana en busca de libertad. Una libertad que él creía haber hallado en la llamada “Venecia del Norte”.
La ciudad que se enorgullecía de ser un foco de resistencia al nacionalsocialismo, que se vanagloriaba de que Hitler hubiera dicho en alguna ocasión que no le gustaba Hamburgo por su carácter “progresista” y “liberal”, resulta que es ahora la que está implementando con mayor radicalidad las medidas de represión con la excusa del “covid”.
También es de mi amigo alemán, antiguo habitante de la extinta República Democrática Alemana, el profundo lamento de desesperación al ver a gente embozada por la calle cuando ya no es obligatorio (por suerte, no presencia lo que sucede en España) o su constatación de que son precisamente los jóvenes alemanes los que se están mostrando más dóciles, más colaboracionistas con toda esta historia del “coronavirus”: ellos son los primeros en descargarse la aplicación “covid” para poder mostrar alegremente por todos lados su QR de buenos ciudadanos responsables y obedientes.
Que la sociedad alemana en su conjunto está enferma, es una realidad que no ha escapado históricamente a ningún observador objetivo. Quizás por su carácter lanar gracias al protestantismo, los alemanes han sido por lo general bastante gregarios y, dentro de su idea de “unidad de pensamiento”, xenófobos y racistas hasta la médula: de su desprecio no se libran ni los franceses, ni los suizos, ni los austríacos, ni los checos, ni los polacos, teniendo en esta lista un lugar privilegiado los pueblos mediterráneos, en gran parte debido a una patológica envidia, no sólo climática y dietética.
El experimento de ingeniería social que ha significado la supuesta pandemia de “Sars-Cov-2”, que no de “coronavirus” (coronavirus es una familia de virus), en Alemania se ha saldado hasta el día de hoy con toda una serie de medidas de presión y de represión que parecen no conocer límite. Así, tras un aparente relajamiento de las restricciones a principios de abril, ha habido varios Länder que, aprovechándose de la oportunidad que les daba el gobierno federal, se han declarado “Hotspot” (el término anglosajón es de los propios alemanes), es decir, zona de alto contagio para seguir oprimiendo a su población. Un ejemplo paradigmático es Hamburgo. Aquí no sólo sigue estando vigente la normativa segregacionista de 2G, 2G+ o 3G para poder acceder a restaurantes, cafés, locales o medios de transporte, sino que además es de uso obligatorio para la población la asfixiante FFP2 en el autobús, el tren o el metro. También algunas tiendas pueden exigir el uso de esta mascarilla bajo amenaza de aplicar el derecho de admisión.
Según las últimas cifras oficiales, en Hamburgo habría un 83,1% de la población “completamente vacunada”, estando el 60,4% con las tres dosis. Por lo que se refiere a un Land vecino, Schleswig-Holstein, aquí habría un 80,8% de “completamente vacunados” y un 72,2% con la dosis de “refuerzo”. En este sentido, resulta curioso observar cómo en la población aledaña de Lübeck (perteneciente a Schleswig-Holstein) se han levantado casi todas las restricciones, no siendo necesario llevar mascarilla en las tiendas, en los centros formativos o por la calle. Ello no es óbice, sin embargo, para constatar cómo hay todavía gente que sigue alegremente con la mascarilla quirúrgica o con la FFP2 tanto en lugares abiertos como cerrados.
Aunque lo peor es sin duda alguna lo que sucede en los centros de formación superior. En la Universidad de Lübeck, por ejemplo, se había querido introducir en el semestre de invierno lo que ellos denominaron el “pasaporte covid universitario”, es decir, los estudiantes tenían que demostrar que estaban completamente vacunados o haber pasado recientemente la enfermedad para poder no sólo pisar al campus, sino incluso asistir a las clases. Todo aquel que hubiera deseado no inyectarse ninguno de los venenos disponibles en el mercado tenía el acceso prohibido y debía seguir las clases desde su casa a través de Internet. Este semestre de verano, sin embargo, las autoridades universitarias han decidido prescindir de este pasaporte y no controlar el estado de vacunación, que no de salud, de sus estudiantes, siendo el uso de mascarillas en las aulas optativo y eliminando la distancia de seguridad. ¿Cómo han reaccionado ante estas medidas estudiantes y profesores?
Por lo que se refiere a estos últimos, aunque aceptan que ya no es necesario llevar mascarilla, recomiendan su uso y predican con el ejemplo. Así se da el caso de que, incluso en aulas con ventanas y puerta abiertas, profesor y estudiantes están con mascarilla. Y es que los estudiantes son los primeros que no quieren quitarse el bozal en clase, ya sea bajo la circunstancia que sea. Unos dicen que la llevan por “precaución”, para no contagiarse ellos ni a sus familiares; otros dicen que no se sienten “seguros” sin ella y hay quienes sostienen rotundamente que no se la quitarán porque no quieren “contagiarse con el coronavirus”. Lo más preocupante de todo ello es que estas palabras las profieren estudiantes que están triplemente vacunados con Pfizer y que en breve serán médicos colegiados.
Unos futuros médicos que, no cabe duda, serán mucho más serviles, obedientes y dóciles que los actuales. En efecto, si se ha de dar crédito a la prensa, parece ser que en toda Schleswig-Holstein, a pesar de la obligación de pincharse, existen unos 5.119 sanitarios que todavía siguen ofreciendo resistencia. Según los medios, estas 5.119 personas no tendrían ningún tipo de comprobante de vacunación, habiendo unos 427 que serían dudosos, es decir, sospechan que podrían ser falsos. De estos 5.119 resistentes, según la eficiente administración alemana de control y vigilancia, 1.892 trabajan en el ámbito hospitalario, 1.287 en el residencial, 717 en centros de integración, 313 de rehabilitación y 329 en consultorios.
Gracias a los iPhone, a los QR y a la fantástica formación que están recibiendo los futuros médicos en Lübeck estos focos de resistencia tienen los días contados. Y entonces Alemania será un país feliz e idílico, en el que ya no será necesario relegar a ciudadanos de segunda a los que no deseen inocularse ni ponerles un distintivo1 o tratarlos de Untermenschen. El país se habrá convertido por fin en un gran campo de concentración sin muros y con un hermoso cartel de bienvenida que rezará en esta ocasión:
Impfung macht frei!
1. Como deseaban hacer los suizos con su personal médico.