La destrucción de la conciencia alemana

La derrota de la Alemania Nacionalsocialista en 1945 tuvo como consecuencia la implantación de un nuevo orden mundial que se impuso como principal misión minar las bases sobre las cuales se había fundado la cultura europea. Así se comprende, por ejemplo, el hecho de que sea precisamente a partir de esa fatídica fecha que se inculcara en la conciencia europea el sentimiento de culpa por la denominada «colonización» de un presunto «tercer mundo». Desde entonces ha sido tarea de la política y, en concreto, de la educación inculcar en el imaginario colectivo europeo el sentimiento de auto-odio, de auto-desprecio por su propia cultura, a la cual tenía que considerar culpable de todas las «desgracias» que acaecen en los países subdesarrollados y, por extensión, en el mundo civilizado.

Los resultados de este lavado de cerebro colectivo son hoy día perfectamente visibles y detectables en Inglaterra, Francia o Alemania. Mientras que Francia supo y pudo ofrecer resistencia a estos esfuerzos de destrucción de la cultura europea a través, principalmente, de toda una serie de pensadores vinculados a la izquierda, en países como Alemania se eliminó cualquier tipo de resistencia a partir de lo que se denominó reeducación (Umerziehung).

De esta manera, bajo el peligro constante de ser anatemizado con el calificativo de «nazi» si se prestaba el más mínimo sesgo de resistencia a esta Umerziehung, el sistema educativo alemán y los medios de comunicación han conseguido domesticar hasta tal punto al alemán medio común que éste no sólo llega a desconocer actualmente los fundamentos básicos de su propia cultura, sino también carece de cualquier tipo de interés en conocerlos, estando dispuesto en todo momento a su desprecio y a abrigar cualquier otra «cultura», que siempre considerará superior, más «auténtica» y más atractiva que la propia.

Esta actitud de auto-odio y de auto-desprecio del alemán medio común se observa actualmente en la cálida recepción que otorga a los musulmanes y al islam. Ya se ha referido anteriormente el caso de un joven paquistaní, quien manifestaba su completo desprecio hacia los alemanes y todo lo relacionado con ellos, hablando abiertamente de la necesidad de que sus compañeros de fe accedieran a los puestos de poder y de influencia de Alemania.

Que los musulmanes manifiesten de manera pública sus ansias de dominación de Occidente no debería sorprender a ningún conocedor de su religión y, menos aún, a los españoles, quienes tuvieron que soportar casi ocho siglos de dominación islámica. El problema aquí es que lo puedan expresar gracias a que son los propios europeos, en este caso, los alemanes, quienes les ponen a su disposición una tarima, desde la cual puedan excretar sus deseos de dominio.

Y los alemanes no sólo les ofrecen la oportunidad de expresar su odio hacia Occidente en medios públicos, sino que también les permiten que les aleccionen en lo que se refiere a valores tales como la democracia, la tolerancia y la libertad.

Sí, por surrealista que pueda parecer, los alemanes han vuelto a dar recientemente pruebas de los resultados de este auto-desprecio infundido en las consciencias europeas a raíz de la finalización de un juicio a un antiguo vigilante de un campo de concentración.

Dejando de lado el absurdo de juzgar a un hombre de 93 años, Bruno Dey, por algo que sucedió hace 75 años; que se le condene por el Derecho Penal de Menores, puesto que en el momento de los hechos por los que se le juzgaba contaba con apenas 17 años y que se le penalice con 2 años de prisión por «colaboración en el asesinato de 5.232 personas» en el campo de concentración de Stutthof en Danzig (hoy Gdansk, Polonia), este caso ha dado pie a que una periodista de origen iraní y alemán, Natalie Amiri, pueda literalmente vomitar su odio contra todo lo alemán.

Así, esta luchadora por los derechos de los «refugiados» en Alemania y corresponsal en Irán, en un comentario que grabó para un canal de televisión alemán, sostenía que «deseo que todos los que han participado en el Holocausto sean juzgados». A la vez, mostraba un hipócrita sesgo de comprensión, sosteniendo que, por supuesto, «era difícil para un joven de 17 años oponerse a la brutal maquinaria de las SS, cuando nadie lo hacía». El acusado, «Bruno D. estaba en la torre de vigilancia y vio y escuchó los crímenes», sin reaccionar de ningún modo.

En este sentido, continúa la iraní-alemana, cuesta creer cuántos «adultos alemanes» que, de alguna manera, participaron activamente en la Alemania Nacionalsocialista, pudieron después de la guerra vivir sin ser condenados e incluso hacer carrera impunemente. Muchos de ellos, como el recién condenado, sostienen que entonces no sabían lo que estaba sucediendo y que, por este motivo, no pudieron mostrar resistencia.

Argumentando de manera similar al historiador judeo-norteamericano Daniel Jonah Goldhagen, Amiri continuaba afirmando que «nosotros los alemanes (sic!) tenemos la obligación y la responsabilidad de que no vuelva a pasar algo semejante». Los alemanes no pueden perdonar a estos criminales que todavía viven («¿perdonar?», se pregunta la periodista, «perdonar sólo pueden las víctimas»), concluyendo su comentario con las siguientes significativas palabras:

«Nuestra culpa en el Holocausto no prescribirá jamás, aun cuando los perpetradores mueran. Cualquiera puede ser hoy en día simpatizante de nuevo [del nazismo], sólo que él ya no podrá decir que no sabía nada. Hoy no».

Todos los tópicos que el alemán medio recibe tanto en la escuela, como en los medios de comunicación están aquí expresados a través de una periodista iraní-alemana que, en su vídeo-comentario, no puede disimular el odio y el desprecio que siente hacia los alemanes.

Estas palabras no han obtenido respuesta alguna por parte de los alemanes. La única persona que ha contestado a estos exabruptos ha sido un periodista de origen judío nacido en Polonia: Henryk M. Broder. En efecto, Broder, cuya madre sobrevivió al campo de concentración de Auschwitz y cuyo padre al de Buchenwald, redactó un comentario, del que extraemos los siguientes párrafos, en los que se pone de manifiesto la hipocresía, la manipulación, el odio hacia los alemanes y la miseria moral de esta periodista de origen iraní:

«Mientras tanto, [Natalie Amiri] sigue transmitiendo desde Teherán para la ARD y lleva “de manera brava y valiente”, como diría la señora Merkel, un velo sobre y alrededor de la cabeza, tal y como exige “la ley” en Irán. Como “corresponsal de la ARD” tiene que cumplir con “esta obligación del velo”.

De manera semejante se ha defendido Bruno D. en el juicio. Las leyes eran entonces así y él únicamente cumplía con las leyes. Ha sido justo durante el proceso cuando se ha dado cuenta de que estaba mal comportarse de esta manera.

Ahora me viene un deseo. Desearía que la señora Amiri, cuando informe de nuevo desde Teherán, se quitará el velo de la cabeza y dijera ante la cámara: “Quisiera que todos los que preparan el siguiente Holocausto y desean un mundo sin Israel fueran acusados y condenados antes de que pasen a los hechos”.

Me temo que tendremos que esperar muchísimo tiempo antes de que pronuncie tales palabras».

Derek Vinyard


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