Fundamentos ideológicos para un “islam europeo”

Si bien hace apenas 20 años Francia era el país donde con más vehemencia se discutía sobre el islam y se cuestionaba su capacidad de adaptación a la cultura occidental, ahora es Alemania la nación europea en la que se está llevando a cabo este debate. Un ejemplo de ello es la polémica surgida hace unos días en torno a la profesora de religión musulmana, investigadora del islam y presidente de la Asociación islámica liberal Lamya Kaddor, con motivo de la publicación en el diario Die Welt de un artículo con el título «Tenemos que hablar por fin de nuestra obligación moral»1.

La autora de origen sirio comenzaba su texto, que constituía un extracto de su libro La prueba de resistencia. Cómo el miedo a lo extranjero amenaza a nuestra democracia,2 con las siguientes palabras: “Alemania tiene un problema con el racismo”. Este problema Kaddor lo relacionaba con “nuestras responsabilidades democráticas” y sostenía que, aun cuando es indiscutible que las personas que llegan al país tienen que aprender el idioma y conocer las leyes, “nosotros tenemos que hablar por fin de lo que constituye nuestra obligación moral (Bringschuld)”.

En efecto, para Kaddor Alemania tiene que dejar de tratar a los inmigrantes como “Gastarbeiter” (término creado en los años 50 y 60 del siglo pasado para designar principalmente a los españoles, italianos y turcos que fueron a trabajar a Alemania), puesto que los inmigrantes (léase, “refugiados”) que están llegando ahora no son invitados (Gast). Es más, “nosotros como sociedad tenemos que responsabilizarnos por las personas que buscan protección en Alemania, puesto que no estamos completamente libres de culpa de la miseria en muchos países”.

Según la autora, esto se confirmaba en las reacciones de los países occidentales ante las “primaveras árabes” y en el hecho de que Alemania, por ejemplo, vende equipamiento militar a Arabia Saudí, quien financia y exporta el terrorismo por todo el mundo, así como en la actitud hipócrita mostrada ante Turquía, a quien no se la quiere ver en la Unión Europea, pero que se la compensa con dinero. De esta manera, escribe Kaddor, “nosotros cerramos los ojos cuando se violan los derechos humanos y se acaban con los principios democráticos”.

A continuación, la investigadora de origen sirio afirmaba que “los nuevos alemanes que actualmente vienen nos costarán de hecho algo de dinero”, pero que a los alemanes autóctonos no les debe importar, puesto que “Alemania es única: nuestros valores proceden, ante todo, de la Ilustración de los siglos XVII y XVIII y de las doctrinas de la barbarie del siglo XX”. Los valores alemanes “se enraízan en la filosofía y en la moral y la ética del judaísmo, del cristianismo y del islam. Los ingredientes para el Renacimiento y las recetas para este proceso las hemos recibido, como se sabe, de los árabes, de los persas y de los otomanos”.

Tras esta afirmación, Kaddor recordaba que en Alemania se contabilizaron el año pasado 17,1 millones de personas con fondo migratorio, es decir, cerca de un 21 % de la población. Esto constituye, según ella, un reto para los alemanes, quienes deben comprender que “nuestra sociedad necesita más respeto, estimación y empatía por las minorías”. El hecho de que esta necesidad no se refleja todavía de manera completa en la sociedad europea se manifiesta en el Brexit. En este sentido, Kaddor defiende la tesis de que el “Brexit es ante todo el resultado de la actitud de rechazo a los derechos de las minorías de origen extranjero, así como del miedo al cambio, en especial en las generaciones de mediana y mayor edad. El análisis de las elecciones lo expresa de manera clara. Han sido sobre todo los hombres mayores los que han votado por el Brexit, porque querían recuperar su ‘antigua’ Inglaterra. Y esto significa para ellos sobre todo menos extranjeros”.

El Brexit representa para la autora, por consiguiente el ejemplo paradigmático de lo que puede pasar cuando se deja vía libre al miedo o se es incapaz de solucionar la prueba de resistencia (Zerreißprobe), ante la cual se encuentran los pueblos europeos: “Es el rechazo a una Europa común de la pluralidad, a una Europa sin fronteras. Es un gran no a una sociedad multirreligiosa, multicultural, abierta y liberal”.

Ante esta postura de los ingleses y de los alemanes que se niegan a aceptar el estado de cosas actual con los inmigrantes musulmanes, la autora siria sostiene que hay que fortalecer los valores democráticos y que es necesario formularse toda una serie de preguntas para poder solucionar esta cuestión: “¿Quiénes somos? ¿Dónde se encuentra nuestra sociedad? ¿Con qué valores morales queremos convivir en el futuro? Vivimos en una época en la que todo es posible. Realmente todo”.

Este texto y su exigencia de que los alemanes muestren una “obligación moral” frente a los inmigrantes que de forma ilegal entran en su país ha recibido diversas reacciones. Entre ellas, cabría citar la de Rainer Bonhorst, quien en su artículo «¿Obligación moral? ¿Qué obligación moral?», sostiene que él ha estado viviendo como extranjero en Inglaterra y en los Estados Unidos y nunca se le ha ocurrido que las personas que le acogían debieran tener algún tipo de “obligación moral” con él, ni que se sintieran impulsadas a ella. Lo único que se le pedía era: “compórtate siempre bien y nosotros seremos amables o, al menos, educados contigo”.

Bonhorst recordaba las ventajas de los inmigrantes en Alemania como, por ejemplo, “las ayudas sociales, las clases de alemán y la búsqueda de alojamiento con una velocidad que ya quisieran para sí las muchas personas que buscan piso” y sostenía que “estas prestaciones más o menos voluntarias” se ofrecen no por una “obligación moral”, sino en parte por una curiosa jurisprudencia, por decencia cristiana y por razones políticas. Asimismo, concluía su artículo resaltando que “no existe una obligación moral. Sólo las oportunidades de construirse una nueva vida en un país nuevo. Éstas se deberían usar y renunciar a los tonos demasiados altos y exigentes. Así, a las personas que les acogen les será también más fácil ser educadas y amables”.

Más fina, si cabe, fue la respuesta de Elisa Brandt, historiadora residente en Berlín, quien en «El nosotros invasivo: sobre el dar y el tomar», no sólo recordaba que varios alumnos de Kaddor se unieron a la yihad tras sus clases de religión islámica, sino también que el constante “nosotros” (wir), que se encontraba en el texto se refería no a los extranjeros ilegales que entran en Alemania, sino a los alemanes, quienes tendrían que “cambiar su identidad y dejarse imponer una nueva”, esto es, la de los inmigrantes. Asimismo, advertía del peligro que esta utilización reiterativa del pronombre personal suponía en su discurso:

“El inofensivo pronombre personal ‘nosotros’ se ha convertido en estos últimos tiempos en un vehículo de transporte de manipulación más o menos sutil. Es conocido el ‘nosotros de las enfermeras’ (‘Ahora nos tomamos esta pastilla’ = ‘Trágatela de una vez que tengo que ir a otros pacientes’) y el nosotros excluyente (‘Lo conseguiremos”3 = ‘A ver cómo lo conseguís’ o ‘Tenemos que soportarlo’ = ‘Tenéis que soportarlo como sea’). El nosotros de la frase de Kaddor ‘Nosotros tenemos una obligación moral’ es, no obstante, un nosotros invasivo. […] El nosotros invasivo sugiere que personas que han decidido que en Alemania se puede vivir mejor que en su patria –la cual, no obstante, se lleva siempre consigo en la forma de carácter cultural y a la cual tampoco se renuncia en la cuarta generación– y que sin el consentimiento mayoritario afirmativo de los alemanes autóctonos se han abierto paso en el país, tienen el mismo derecho a este país como las personas que tienen aquí antepasados desde hace 500 años y que en un proceso de siglos han hecho este país tal y como es.

No, según el modo de pensar de Kaddor, los inmigrantes no tienen el mismo derecho a Alemania que los alemanes, sino que tienen un derecho todavía más grande; los alemanes tienen que adaptarse a su identidad y no los inmigrantes a ellos. A éstos, ella les exige únicamente que aprendan alemán y que se atengan a las leyes. En ningún momento se cuestiona la identidad oriental, africana, asiática y la sobre todo predominante musulmana y el carácter cultural de los inmigrantes. Sin embargo, en el artículo de Kaddor se otorga vía libre al desmantelamiento de la identidad alemana como consecuencia de la fuerza normativa de lo fáctico.

Esto es naturalmente posible sólo cuando desde la parte alemana se duda de la existencia de esta identidad por un perturbado auto-odio o se valora negativamente incluso en lo formal (‘patriotismo constitucional’).”

Con todo, la respuesta más dura vino por parte de Henryk M. Broder, quien iniciaba su texto «La simplemente estúpida señora Kaddor y el ser alemán hoy en día» afirmando que “la señora Kaddor no es ninguna oportunista que nade con la corriente: ella es simplemente estúpida”.

Así lo probaría ella misma con su tesis de que “nosotros somos un país de inmigrantes. Ser alemán significa en el futuro tener un fondo migratorio, esto significa ser alemán en el futuro, no un autóctono de ojos azules y pelo claro, sino llevar velo en la cabeza, tener el pelo negro o del color que sea, esto significa hoy en día ser alemán”.

La afirmación en sí, sostiene Broder, no es falsa, puesto que Alemania es desde hace tiempo un país de inmigrantes. La cuestión está en que esta realidad no ha sido hasta ahora un problema, mientras se tratasen de rusos, polacos, griegos, vietnamitas o de otras naciones. “El debate público sobre la inmigración y la integración gira siempre en torno a un solo grupo: las personas con fondo migratorio arábico-islámico. Por eso, cuando busca ejemplos de lo que sería ser alemán en el futuro, a la señora Kaddor sólo le vienen a la cabeza mujeres que llevan ‘un velo’ y no mujeres que, por ejemplo, llevan un sari. Para ella la única inmigración es la arábico-islámica y es además la única relevante. Pero relevante sólo en cuanto a los problemas que produce. Por eso, existe en el Ministerio del Interior una ‘Conferencia islámica’ y no una conferencia sobre la integración de inmigrantes de otras procedencias.”

Y continúa Broder:

“A la señora Kaddor, que se ha puesto a sí misma la etiqueta de ‘liberal’, no hay nada que la perturbe en su simple estupidez. Cualquier profesor de autoescuela, de cuya escuela hubieran salido cinco yihadistas, habría devuelto hace tiempo su licencia, si es que no se la habrían retirado antes. Pero la señora Kaddor continúa dando clases, no sólo en la escuela, sino también en la televisión sobre lo que es ser alemán hoy en día y en el futuro.”

A todas estas críticas respondió la autora el 30 de septiembre con un extenso artículo en el diario progresista de Hamburgo Die Zeit con el título «El odio de los alemanotomanos» (Der Hass der Deutschomanen)4. En él, Kaddor culpaba nominalmente tanto a Henryk M. Broder como a Roland Tichy de haber creado un ambiente de odio en torno suyo que se habría traducido en amenazas en las redes sociales. El tono victimista del artículo se completaba sosteniendo que lo único que había querido hacer con su nuevo libro era recordar que la “integración no es una calle de sentido único” y que, después de haberse ocupado de la minoría (sic!) musulmana en Alemania, “se focalizaba ahora en la población mayoritaria alemana”, poniéndoles en la encrucijada de la integración.

En efecto, Kaddor volvía a hacer mención a la “obligación moral” de los alemanes, quienes debían “respetar a las personas con voluntad de integración y a sus descendientes nacidos en Alemania” y no seguir tratándolos como ciudadanos de segunda. “Quien piensa el ser alemán en el siglo XXI sólo según la teoría de la sangre y el suelo, no apoya nuestro estado de derecho”, pues en ningún sitio está escrito que los “ciudadanos alemanes-alemanes” tengan prioridad sobre los “nuevos alemanes”.

“No se trata aquí sólo de los musulmanes, turcos, árabes o africanos que respiran el problema del racismo y de la discriminación por parte de la población. No. En conversaciones y en cartas personales me informan de las mismas experiencias ruso-alemanes, italianos, judíos, cristianos y en el caso de las mujeres se añade todavía otro componente: el sexismo. Pero muchos de los afectados no se atreven a decirlo públicamente. Comprensible, cuando se observa mi caso.”

Y añade:

“Racismo, radicalismo de derechas, alemanomanía: es hora de hablar de la responsabilidad de los intelectuales en este país, que desde hace años se esconden detrás de la fachada civil y se escudan en la libertad de expresión. La opinión es importante y también se puede exponer de manera polémica o incluso ofensiva. Desde el inicio de mi trabajo estoy expuesta a ella. Para mí, la crítica y el odio no es algo nuevo y lo llevo no siempre, pero muy a menudo con serenidad. Forma parte de la discusión social.”

Y concluye con la siguiente advertencia:

“Pero la opinión difundida públicamente también tiene un efecto concreto. Con la publicación de palabras no se acaba de manera automática el asunto. A las palabras les siguen los actos. Nuestra tarea como sociedad tiene que ser, por tanto, pensar cada vez con más fuerza sobre los límites de la libertad de expresión, el odio y las campañas de difamación. ¿Queremos realmente que las personas que de manera abierta defienden derechos civiles conseguidos tan duramente en Alemania como la libertad y la dignidad sean amenazadas hoy en día con la muerte? Espero que no”.

Tanto el tono como el contenido del escrito respiran un aire de intolerancia y odio hacia lo occidental que sólo puede ser definido como profundo y sincero. No obstante, la razón última de la publicación del libro y de esta polémica con autores principalmente del blog “Achse des Gutes” y “Tichys Einblick” está más allá de estos dimes y diretes. De hecho, es en el blog “Tichys Einblick” donde Tomas Pahn, el autor que Lamya Kaddor cita de manera indirecta junto con el periodista berlinés de origen polaco-judío, nos da la clave de lectura de lo que realmente está llevando a cabo esta siria:

La lucha de Lamya Kaddor por conseguir un islam liberal, secularizado y moderno, se inserta en la estela inaugurada por el antiguo presidente de la República Alemana Christian Wulff y su “El islam también pertenece a Alemania” y continuada por la canciller Ángela Merkel y su política de puertas abiertas. Asimismo, a esta lucha se une la condena de “radicalismo de derechas” o de “racismo” a cualquier crítica que se pueda realizar al islam. Todo ello con un claro y único objetivo final: crear las bases ideológicas y, sobre todo, sociológicas para un islam europeo.

En otras palabras, y en este caso concreto, lo que la musulmana siria pretende con su libro y con su asociación no es otra cosa que “hacer del islam la futura religión estatal de Alemania”. De ahí que en las conclusiones de su nueva obra escriba que la famosa frase del antiguo presidente de Alemania se puede invertir y decir con todavía más razón: “Alemania también pertenece ahora al islam” (Deutschland gehört jetzt auch zum Islam). Y quien dice “Alemania”, dice asimismo Europa.5


1 El título original era Wir müssen endlich über unsere Bringschuld sprechen y la fecha de publicación es el 17 de septiembre de 2016.

2 El original: Die Zerreißprobe. Wie die Angst vor dem Fremden unsere Demokratie bedroht, Rowohlt Verlag, Berlín, 2016.

3 En alemán “Wir schaffen das”, conocido lema de Merkel con el que intentó convencer a la población de que la entrada de más de un millón de inmigrantes al país en el año 2015 no constituía un problema para Alemania, pues ésta se podría gestionar sin problema alguno.

4 Este neologismo se encuentra por vez primera en la obra anteriormente citada de Lamya Kaddor Die Zerreißprobe. El significado de este término lo explica Tomas Spahn en su artículo «Sobre la leyenda del islam liberal de Lamya Kaddor»: “Alemanotomano es para Kaddor una forma despreciativa de subhombre. Los alemanotomanos son para Kaddor los infieles quienes se consideran a sí mismos alemanes de acuerdo con una definición incorrecta y que la miran a ella, la verdadera musulmana alemana de una futura Alemania islámica, de manera crítica o que la rechazan.”

5 Como bien explica Tomas Spahn en el artículo anteriormente citado, “ésta es precisamente la forma de pensar que caracteriza el Da’Wa, el encargo imperialista de Mohamed de conquistar y dominar el mundo. Allí donde el islam ha puesto su pie, es territorio islámico. Las personas que todavía vivan allí y que no sean musulmanes son infieles, a los cuales hay que darles, según el Corán, algo de tiempo para convertirse a la religión de Mohamed. En el caso de que esto dure demasiado, el musulmán puede ser también enérgico y, si es lo suficientemente poderoso, expulsar, asesinar o esclavizar a los infieles y adueñarse de su propiedad como si fuera su botín”.


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