Así como en Cataluña los adalides de la hesperofobia –de “Hesperia”, Occidente, pero también España según la enciclopedia bizantina Suida– y los erómenos de terroristas y pedófilos han acuñado el término “nuevos catalanes”, esto es, inmigrantes que defienden el programa secesionista de Artur Mas y sus acólitos, Hong Kong tiene ahora sus “nuevos hongkoneses”.
En una columna del The Standard, Eddie Luk comentaba el pasado 10 de octubre cómo los “nuevos hongkoneses” son gente trabajadora e ilustrada, poniendo como ejemplo a Tang Wei, la famosa actriz de Deseo, peligro (2007) que emigró a Hong Kong con su familia con motivo de su “cese” cinematográfico tras pasar por la censura de Pequín. Sin duda, un paradigma de los “nuevos hongkoneses”.
Desde hace unos años han surgido diferentes campañas organizadas a través de las redes sociales y con una cobertura gubernamental nula –los medios tienen vetada, teóricamente, cualquier información política sobre la independencia de Hong Kong desde 1997–, para reclamar un Hong Kong independiente o, incluso, británico. No se trata, como en el caso de Cataluña, de jóvenes pijos que bajan al centro de la ciudad a destrozar tanto la propiedad pública como la privada con la cara tapada como sus mentores de Terra Lliure, sino de pacíficos manifestantes que, de vez en cuando, llenan una plaza pública de velas y silencio por las víctimas de la masacre de Tian’anmen –verdaderos oprimidos–, componen canciones jocosas sobre los inmigrantes chinos o, simplemente, salen a la calle con camisetas reclamando una ciudad limpia de “langostas”.
“Langostas”, wongcung en cantonés, es uno de los muchos apelativos que reciben los inmigrantes chinos en Hong Kong. Su origen se encuentra en la costumbre, desarrollada en los últimos años, de viajar temporalmente a Hong Kong para beneficiarse de la sanidad pública, tener hijos o comprar alimentos no contaminados. A primera vista, los hongkoneses deberían estar felices por el aumento del turismo y los miles de billetes estampados con la cara de Mao que atraviesan la frontera, pero la realidad es que estas “langostas”, al pasar, dejan poco más que sus excrementos. Literalmente.
No es de extrañar que el actor Anthony Wong, hijo de un marino inglés y de una joven hongkonesa, que padeció en los años 60 el racismo de ser un “mestizo bastardo” y que siempre ha mostrado su simpatía por todo tipo de causas humanitarias –recibiendo la censura tanto del gobierno de Pequín como del de Hong Kong–, dijese el pasado 26 de octubre en la RTHK que “Para desarrollar Hong Kong no necesitamos nuevos hongkoneses. Para desarrollar Hong Kong necesitamos hongkoneses”. Unas declaraciones que se convirtieron rápidamente en trending topic en las redes sociales y desataron la furia evidente de los sectores más afines al Partido Comunista: la noticia fue rápidamente eliminada de los buscadores chinos y los resultados bloqueados.
Anthony Wong, que para los que no lo conozcan no tiene nada que envidiar a su homónimo californiano, Clint Eastwood, recibió con su habitual descaro las críticas del presentador:
– “Eres un artista, a muchas personas les preocupa que afecte al negocio”.
– “Tanto si se habla como si no, todo ello afecta”, respondió el actor, “¿Es que si no se dicen estas cosas no afecta? ¿Acaso te crees que si fueses un barrendero, con todo tu cuerpo apestando, se iba a limpiar sola la mierda si no te lavas? Si tú amas el lugar en el que vives… tienes que alzar la voz, si realmente amas Hong Kong. Sin duda alzarás la voz. Los que no se deciden a alzar la voz, esos no aman Hong Kong, emigrarán. Desean que Hong Kong muera. Mira a los americanos. Si hay algún problema se atreven a protestar”.
Estas declaraciones coincidían con el fin de las manifestaciones por una televisión libre, organizadas tras el desaire y la censura del gobierno a la cadena HKTV, a las que asistieron, entre los más de 10.000 manifestantes, algunos de los iconos del cine de Hong Kong de los 90: Andy Lau, Ekin Cheng, su esposa Yoyo Mung o Anita Yuan.
– “¿Crees que realmente China y Hong Kong son contradictorios o es discriminación?” –preguntó el presentador en otro momento de la entrevista.
– “Hablar de discriminación… es un tema muy amplio, demasiado amplio, no puede explicarse claramente con cuatro palabras. Ahora se habla frecuentemente de “discriminación”, pero antes no existía esta palabra. Entonces se hablaba de “mirar con desdén”. ¿Por qué se “miraba con desdén” a alguien? Por ejemplo, si eres muy pobre, te miraré con desdén. Si tu trabajo es degradante, te miraré con desdén. O si te comportas vulgarmente, te miraré con desdén. Has de tener clara una cosa: que yo fuese mestizo no es algo que yo hiciese. Si me miras con desdén por ello me estás discriminando, porque no es algo que yo haya hecho. Pero si yo voy escupiendo por la calle, insultando por doquier, no ateniéndome a la ley, saltándome las colas, robando… mis acciones son despreciables. Puedes mirarme con desdén, puedes. Pero si me miras con desdén porque soy mestizo, eso es discriminarme. Si por comportarte tan despreciablemente me miras con desdén, eso no es discriminación, te lo mereces”.
Al preguntarle sobre las diferencias culturales, Anthony Wong no duda en dejar las cosas claras:
“Por ejemplo, cuando atienden [los inmigrantes chinos] clases en cantonés, quieren que se las den en mandarín. Les das la mano y te cogen el brazo. Ya que te permito que vengas, tengo que mantenerte, darte beneficios sociales… Dicen: ‘He tenido un hijo, ¿cómo no vas a mantenérmelo?’”.
Viendo la posición de liderazgo de China en cuestiones tales como libertad económica, derechos humanos, avances científicos, Premios Nobel o excelencia académica, parece evidente que Hong Kong no necesita de “nuevos hongkoneses”, pero China, por el contrario, necesita de Hong Kong.
He aquí una lección para Europa.