(Editorial del WSJ del jueves 17 de octubre de 2013)
En la lucha contra Al Qaeda, la Administración Obama ha estado inspirada (véase Abbottabad, 2011) y ha sido insensata (prometiendo cerrar Guantánamo en el 2010). Pero nunca había sido ambas cosas a la vez antes de que apareciera la semana pasada Nazih Abdul-Hamed al-Ruqui.
La valiente llamada (gutsy call) llegó el 5 de octubre en Trípoli, Libia. A plena luz del día, los soldados Delta Force atraparon al antiguo confidente de Osama bin Laden. La Administración rápidamente lo trasladó a bordo del USS San Antonio a aguas internacionales en lugar de incorporarle a la población de presos de Guantánamo. Al menos, esto daba la posibilidad de que una unidad especial de interrogatorios encabezada por el FBI le interrogara tanto tiempo como fuera necesario y sin trabas sobre la estructura de Al Qaeda, sus tácticas y sus posibles conspiraciones. También conocido por su alias Abu Anas al-Libi, Ruqui es un raro operativo de Al Qaeda capturado vivo en los años de Obama.
Pero los interrogadores americanos apenas habían dicho salam aleikum, cuando se le leyeron a Ruqui sus Derechos Miranda, se le envió la semana pasada en avión a Nueva York y se le procesó el martes en una corte federal de Manhattan. Se declaró no culpable de ayudar a planear los bombardeos de 1998 a las embajadas de los Estados Unidos en Kenia y en Tanzania y de otros cargos de terrorismo. Ahora, el gobierno tendrá que pedirles permiso a sus abogados defensores para verle. Bienvenido a América.
Los oficiales dicen que Ruqui se enfermó en el mar y que necesitó tratamiento especial en tierra. Su mujer dice que padece de hepatitis C. El New York Times informa que “los problemas de salud crónicos [de Ruqui] empeoraron a bordo del San Antonio después de que dejara de comer y de beber”, pero que en Nueva York “su salud ha mejorado”1. Sin duda alguna.
La marina de los Estados Unidos utilizó los barcos hospitalarios más grandes y más avanzados del mundo para socorrer Haití después del terremoto y a Nueva Orleans después del Katrina, pero tenemos que creer que de alguna manera no pudieron tratar a Ruqui. Si no le sentó bien ir al mar, la instalación médica de última generación de Guantánamo está a su disposición. Tendría visitas regulares de la Cruz Roja y el derecho al habeas corpus.
Esto parece más un caso de canguelo político. Los liberales de siempre se levantaron en armas toda la semana pasada por la estancia “inhumana” e “ilegal” de Ruqui a bordo del San Antonio y la Casa Blanca probablemente no quiso asumir la responsabilidad de interrogar a un terrorista en secreto. Suena demasiado, digamos, a George W. Bush.
Así que se hizo desembarcar a Ruqui en una corte civil. Patrick Leahy, el presidente del Comité del Poder Judicial del Senado, se lanzó a defender la cueva de la Administración: “No nos asustan los terroristas ni nos asusta llevarlos a la justicia en nuestras cortes”.
Con lo que se olvida de lo principal. A Ruqui se supone que se le está interrogando como a un combatiente enemigo ilegal para obtener información que podría salvar vidas previniendo futuros ataques terroristas. El sistema de justicia civil juzga a los ciudadanos americanos por errores pasados, como robos.
Por supuesto, una vez que los interrogadores hayan acabado, Ruqui puede responder por el asesinato de cientos de inocentes. El mejor lugar para ello es el procedimiento de una comisión militar que se encuentra en Guantánamo, que se creó por dos actas del Congreso y que estuvo nominalmente apoyada por la Administración Obama. Insistiendo en enviar a terroristas a cortes civiles y dándoles las mismas protecciones procesuales que a los criminales comunes, la Administración Obama continúa empañando la distinción entre leyes de guerra y la ley de las sociedades civilizadas.
1 La noticia se puede leer aquí: http://www.nytimes.com/2013/10/15/us/libyan-terror-suspect-brought-to-new-york-for-trial.html?_r=0 (Nota del traductor).